Viernes de Química

Por: Diana Guzmán

Estoy en mi cama, recostada, bebida, conservando el olor a tabaco de ésta noche. Fueron nueve cigarrillos, Marlboro blancos, nueve yo, diez tú, y uno tu primo de greña larga, cara alargada, nariz aguileña, gerente del bar y de un muy buen gusto musical, los que encapsularon con el sedoso y lento mover del humo, el tiempo de nuestra cita ésta noche de frío viernes. Yo vestía un short negro corto y mi camisa favorita; tú… la verdad no me acuerdo, sólo sé que mi energía, traducida en nerviosismo, reflejaba mi gusto, que en verdad es encanto, por ti.

Eran poco más de las 17:00 horas de la tarde previa a nuestro encuentro, cuando recibí un texto tuyo en dónde me decías que sólo saldríamos por la noche tú y yo, que ninguno de nuestros compañeros nos acompañaría como lo habían prometido. Mi estómago se revolvió de emoción, había comido tacos de pollo y sopa de arroz; sentí nauseas. Pensé que era un poco extraño que ninguno de nuestros amigos quisieran acompañarnos a beber cerveza fría en fin de semana y cancelaran casualmente por razones tan absurdas, lo que me llevó a sospechar que no era del todo cierto. Dijiste que pasarías por mí entre las seis cincuenta y las siete.

En fin, ésta noche tenía que lucir bien y oler aún mejor por lo que tomé un baño e inicié mi ritual de belleza calculando mi tiempo para estar lista antes de la hora establecida. Pensé que no quería  exagerar y parecer que había planeado toda la tarde cómo vestiría y mucho menos llevar un maquillaje de quinceañera, así que me decidí por algo casual pero que pudiera destacarme algún atributo.

Después de aquel ritual mágico, me miré en el espejo y pensé que estaba irreconocible al antes; pero me sentía un poco insegura con mi outfit, ¿short con éste frío?, pero después decidí equilibrarlo con mi chamarra nueva. Tenía muchas ganas de lucir diferente a lo que puedes ver cotidianamente y mientras pensaba en eso, recibí de nuevo un texto tuyo: -“Creo que ya llegué”. Me despedí de mi mamá y salí a buscar tu carro por la calle, no lo encontré. Pasó un minuto y decidí llamarte.

-No puedo verte… ¿de qué color es tu auto?

-Hola, estoy frente a una mecánica

-¿Mecánica? ¡Por mi casa no hay mecánicas!

-Entonces creo que me mandaste mal tu dirección

Miré nuestra conversación en whatsapp y noté que la ubicación que te había mandado, no era la correcta.

-Es verdad, discúlpame. ¿Qué más puedes ver?

-Una plaza, una florería, un… oye, está por acabarse mi batería del celular, me queda 2% y no sé dónde estoy.

-¿Ubicas el Poliforum Digital? Vivo a la vuelta, mi calle está repleta de puestos de tacos. Se llama Sierra de Pichátaro.

-Excelente, espero llegar. No te preocupes.

¡¿Excelente, esperas llegar y que no me preocupe?! Pensé, y tras unos cuatro minutos esperando en la calle oscura con la mirada de mis vecinos pervertidos sobre mis piernas, llegaste y sonreíste. Subí a tu auto y te saludé. Comenzamos a platicar de lo sucedido y nos reímos. Me sentía nerviosa al punto de temblar y pensé que me vería estúpida porque pensarías que temblaba de frío y no de nervios, de cualquier forma me tenía que relajar porque no quería que pensaras que llevaba short para parecer más atractiva pero a costa de morir de frío, y por supuesto, tampoco quería que superas que estaba nerviosa. Así que traté de relajarme y te hice plática, era una larga fila de autos frente al semáforo y poco el avance.

Nuestra conversación al principio fue un poco chusca y superficial. Tuve miedo de parecer una de esas chicas tontas frente a ti cuando tú comenzabas a hablar sobre grandes escritores a los que admirabas. Pero pensé que sólo tenía que ser yo misma porque sobreactuar algo que no soy, se me da bastante bien, pero no me apetecía hacerlo ésta noche; si no sería de tu interés, no lo sería y punto.

 Tras una hora de tráfico lento y manos sudadas, finalmente llegamos al bar y nos sentamos en la mesa más cercana al baño, creo que sabíamos que lo necesitaríamos cerca tras beber una, dos, tres, cuatro o quizás cinco cervezas; todo dependería de la química que tuviéramos. Si leyeras esto, te confesaría que pensé que resultaría más aburrido, pues te imaginaba un tanto ególatra, presuntuoso, sabihondo y hasta un poco pedante, razón por las que no me había animado a hablar más contigo. Pero sorprendentemente me gustaste más, no sólo físicamente; teníamos química.

Después de beber un poco (aunque yo se lo atribuyo más a los nervios todavía presentes) me dirigí al baño. Cuando regresé a nuestra mesa, un poco mareada (ésta vez sí cien por ciento culpa del alcohol) terminaba una canción y seguíamos platicando, seguíamos conociéndonos. Segundos después comenzó una canción que reconocí desde el primer segundo de ésta, dejé a medias lo que estaba diciendo y con emoción te dije: -¡Mi canción!, es mi canción…

Y sin poder creerlo, me dispuse a cantarla y a disfrutarla como si no la escuchara todos los días; y es que no es cualquier canción, es la canción que llevaré escrita en pocos meses en mis costillas junto con dos rosas tatuadas en estilo tradicional.

-Sí, se la pedí a Tarzán para ti- Tarzán es el primo de greña larga y estilo rockerón, que bien le hace honor al apodo, pues es igualito al personaje.

-No es cierto, ¿en serio?

Quería besarte.

-Sí, creí que te gustaría mucho y mientras estabas en el baño le di el nombre.

Creo que fue el detalle más sencillo que alguien pudo hacer por mí, pero el que más me ha gustado. Fueron los seis minutos con veinte más estimulantes de la noche. No sé si tuviste suerte o eres bastante bueno haciendo sentir bien a las mujeres.

Tras unas caguamas, y diecinueve cigarrillos, y unas ganas inmensas de besarnos, decidimos emprender el viaje de regreso a mi casa. Eran las 23:36 y pensé que no había sentido que pasara tanto tiempo.

Al llegar a mi casa, detuviste tu auto y sonando una canción de Adele, llegamos a la conclusión de que un beso sería una buena recompensa por haber puesto “If I believe you” en el bar; un beso o dos, o tres, contigo no hay número exactos. Creo que fueron más de tres porque cuando nos detuvimos, sonaba ahora ‘Reggaetón lento’, recordé que días antes habías confesado ruborizado que te gustaba un poco ésa canción y lo mencioné. Nos dimos un último beso, el más terso y exquisito de la noche y salí del auto.

Ahora estoy en mi cama, huelo a alcohol y cigarrillo, sigo temblando, sin frío y escucho la misma canción para tratar de volver a sentir aquel beso. ¡Qué horror, ya valí!.

 

Puede que también te guste...