Todo se nos ha echado a perder

Por: Adid Jiménez

«¡Pásele joven! Hay pozole, gorditas… Manzanas…». El llamado tiene ese tono agudo propio de los ruegos. La oferta la hace una mujer ataviada con un mandil extrañamente limpio, como si no lo hubiera usado aún.

-«¿Y los miles de visitantes que dijeron que iban a venir?»

-«¡Uy, joven! Ya ni nos diga que vamos a llorar».

La pregunta detona los reclamos: «ya van dos días que no vendemos nada. Ayer tuve que tirar comida, todo se nos ha echado a perder». Es la realidad que viven los comerciantes ubicados en la Unidad Deportiva Cuauhtémoc, conocida en Morelia como las canchas de Policía y Tránsito, la cual fue habilitada como albergue temporal para los visitantes que desearan ver al sumo pontífice.

Planos ubicados en el acceso principal y en otros puntos dentro de la unidad deportiva informan a los visitantes cómo fue dividido el amplio terreno: a la derecha acamparán las familias, al fondo las mujeres y a la izquierda los jóvenes. Cerca de la entrada principal, la zona comercial y gastronómica.Campamento2

En medio de cada zona de campamento hay una torre de vigilancia policial, mientras que seis puestos de primeros auxilios fueron distribuidos por todo el terreno. Para hidratarse hay diez lugares, también ubicados de manera estratégica. ¿Baños? Cientos. Hay de sobra.

Pero las torres de vigilancia están desactivadas, los paramédicos no se ven y aparentemente nadie sufre los estragos de la deshidratación. ¿Los baños? Hay de sobra, pero casi nadie los usa. Los visitantes, que las autoridades esperaban fueran miles, no han llegado aún.

Esa es una muy mala noticia para los comerciantes establecidos en ese lugar. Tramitaron los permisos necesarios con la firme convicción de obtener un poco de las ganancias que, aseguran las autoridades, dejará en la ciudad y en el estado la visita del Papa Francisco. Sin embargo, el panorama en las canchas de policía y tránsito es desangelado.

Desde temprano están listas las enchiladas, las manzanas acarameladas, playeras, gorras, bufandas y tazas con el rostro de Francisco; «pásele, hay pozole»; agua de sabores, tortas de carnitas, refrescos y muchos otros antojitos. Pero los oferentes se aburren en la soledad de las casi 30 hectáreas que ocupa la unidad deportiva.

«El señor de al lado vendió su camioneta para invertirle a esto, pero pues nadie viene. Su esposa está muy molesta». Historias así se repiten por todo el campamento ocupado, por el momento, sólo por vendedores. Otros se quejan de que fueron reubicados, que primero les permitieron establecerse en el Centro Histórico pero después los desalojaron. «Nos dijeron que nos viniéramos para acá, que iba a venir mucha gente y que íbamos a vender mucho, pero ya ve, no hay nadie».

Algunos vendedores tienen desde al sábado en la noche en la unidad deportiva, mientras que otros apenas llegaron el domingo. «Me quedé a dormir aquí, a aguantar el frío y sin cobijas», asegura la mujer del mandil inmaculado.

Campamento1A menos de 24 horas de la llegada del jerarca de la grey católica los visitantes no llegan al albergue, lo que sí abunda son los policías aburridos e inspectores de la Secretaría de Salud y de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris).

Ataviados con llamativos chalecos, los mencionados inspectores recorren las canchas para evaluar los posibles peligros sanitarios, pero el trabajo se les facilita ante las ausencia de peregrinos. De vez en cuando entregan algún folleto en los puestos de antojitos, pero ni siquiera amagan con pedir una torta o un vaso con agua de sabor. Sale el sol y calienta un poco el campamento. Niños y adultos hacen uso de las canchas de futbol y arman cascaritas que levantan nubes de polvo.

Sumidos en su aburrimiento, los comerciantes ruegan un auténtico milagro, como el de la cinta Campo de sueños, en la que un joven Kevin Costner construye un campo de béisbol en medio de la nada a la espera de miles de fanáticos del rey de los deportes acudan para ver un juego entre las estrellas de antaño. «Yo ni siquiera me he podido persignar», remata una cocinera y nos recuerda que esto no es Hollywood, es Morelia, y que a la vida real no le gustan los finales felices.

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