Resineros: Lágrimas de pinos y sudores en la frente

Por: Edgar Soto Morales

“Aunque me pase todo el día en el bosque, debajo de un pino, sé que no me muero de hambre”, refirió el señor Cándido Villa Elías quien lleva toda una vida dedicándose a “resinar” en la tenencia moreliana de San Miguel del Monte.

Resinar es la actividad de recolectar la resina que los pinos brindan, y don Cándido se ha dedicado a ella desde que tenía 12 años de edad, siguiendo los pasos de su padre.

Durante la labor periodística, constatamos que resinar es un trabajo muy laborioso, que exige muchas horas y buena condición física. Cuando llegamos con don Cándido, el sol ya estaba en la parte más alta del cielo y las labores apenas iban a la mitad.

En este punto, nuestro entrevistado hacía lo que quienes se dedican al oficio llaman “raspar las caras”, que consiste en rebanar finamente la corteza del pino, para así llegar hasta donde escurre la resina, que bajará por la visera (una especie de cubierta), hasta llegar al “cacharro” (recipiente), de donde será recolectada.

Lo anterior suena sencillo; sin embargo, para obtener la resina de los pinos, hay que esperar entre quince y veinte años, en lo que el árbol obtiene la madurez necesaria.

“Un mismo pino se puede trabajar durante unos 50 años”, compartió don Cándido mientras raspaba una corteza, “todo depende de las ganas que le eche uno, así mismo es el dinero; es como en cualquier trabajo”.

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Durante la charla, explicó que los pinos, aparte de brindarnos el oxígeno que necesitamos para vivir y de mantener el suelo en buenas condiciones evitando la erosión, en la parte económica, además de la madera, otorgan la resina, la cual es materia prima de pinturas, tintas de impresión, bebidas, gomas de mascar, productos farmacéuticos, barnices, impermeabilizantes, entre otros.

“Me gusta más trabajar acá, en los bosques, que por allá en la ciudad, donde si te enfermas un día y no avisas luego luego te mandan a descansar; en cambio aquí, trabajo a mi ritmo y si me enfermo no vengo, al cabo el trabajo nunca se acaba”, externó.

Cada sábado don Cándido realiza este trabajo, y durante la semana se dedica a recolectar la resina que se acumuló en los cacharros, que por cierto no hace muchos años aún eran de barro, lo que hacía más difícil el trabajo por su peso y fragilidad; ahora se ven sustituidos por recipientes de plástico, más baratos y prácticos.

En cuanto a los pinos, existen diferentes tipos, “lo cual resulta conveniente e inconveniente en algunas ocasiones. A los pinos que se les llama ‘chinos’ se les saca más resina, debido su forma, que se van haciendo anchos abriendo sus copas; lo malo, es que casi no dan madera”, explicó.

“Después le siguen unos que se conocen como cenizos, cancimbos, y al último los lacios, en los cuales va disminuyendo la cantidad de producción de resina así en ese orden”.

Agregó que durante los meses de calor es mayor la cantidad de resina que generan los pinos. “Es más trabajo, pero igual es más dinero; en las lluvias y en el invierno es cuando disminuye la producción y es cuando se tienen que raspar los pinos hasta dos veces por semana para que baje más resina”.

Don Cándido nos platicó que los resineros, para realizar su trabajo, generalmente se ponen de acuerdo con los dueños de las parcelas, con quienes “van a mitades”, es decir, “nosotros trabajamos y vamos a vender la resina; y el dueño del terreno, y por lo tanto de los árboles, recibe la mitad de la ganancia”.

“En las resineras, que es a donde se lleva el producto ya en tambos, pagan el kilogramo a trece pesos; el bote en donde depositamos la resina después de los cacharros pesa veinte kilos”.

Este bote es de lámina y de igual manera se vacía con la ayuda de una paletilla, que es una herramienta que como su nombre lo indica, parece una paleta, pero que tiene más la función de cuchara.

En otro tenor, don Cándido externó que algunos resineros hacen una trampa para aparentar que es más producto. “Ponen a calentar agua, la cual revuelven con la resina, pero esto hace que la resina tome una textura más pegajosa, pero si en donde se va a vender observan esto no te la compran”.

“Es una ‘transa’, porque si se le pone un litro y medio de agua a la resina, ésta pesa dos kilos más; por ejemplo, si sacan veinte kilos, con esta trampa serían veintidós”, dijo.

Con respecto a los rumores sobre una posible intervención del crimen organizado en este negocio, don Cándido dijo no saber nada, pues él trabaja en total libertad. “Quizá pidan una cuota a las resineras, no lo sé, porque nosotros sólo llevamos nuestro producto, lo vendemos y nos retiramos sin mayor problema”.

En el año 2010, dos resineras michoacanas hablaban de cerrar sus puertas debido a las extorsiones de las que eran objeto, como consta en la publicación electrónica del 18 de abril de ese entonces, del ahora extinto periódico La Jornada Michoacán.

Después de haber raspado mil 200 caras, después de casi 10 horas tan sólo de este sábado, don Cándido se despidió de nosotros, pues iría a vender lo que recolectó para después trasladarse a “La escondida”, la comunidad en la que vive y en donde su familia lo espera.

“Antes éramos más resineros en La Escondida, pero se fueron yendo para Morelia; no sé por qué, si la vida acá arriba es más mejor, a lo mejor no se conoce mucho pero puedo salir tranquilo y, aunque me pase todo el día debajo de un pino, sé que no me muero de hambre”.

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